Desde el año 2015, PBI-Honduras acompaña a la organización LGBTI Arcoíris. Donny Reyes, coordinador entre 2006 y 2008, y desde 2016 nuevamente, participó en su fundación hace ya 15 años. Ahora, Donny se está preparando para una gira en Europa, organizada por PBI, en el marco del 20 aniversario de la Declaración de los Defensores y Defensoras de los Derechos Humanos1, un buen momento para conocer más sobre la historia de Arcoíris y la del propio Donny.

La asociación, que cuenta ahora con unas 110 personas activas y unas 600 voluntarias y beneficiarias, nació en el parque del Obelisco, en Comayagüela (justo al lado de Tegucigalpa, la capital de Honduras). Las 10 personas reunidas en este parque necesitaban una casa con puertas abiertas para todas ellas: gays, lesbianas, trans. El Grupo Prisma, del cual eran parte en aquel entonces, ya no era suficiente. Había que inventar algo más. Algo nuevo. De una forma u otra, formar parte del Grupo Prisma fue un gran paso en el camino personal de quienes posteriormente crearían Arcoíris. Para Donny, este camino interno tuvo lugar después de otro tipo de viaje unos años antes.

Donny creció en un pueblo donde no había ni agua, ni luz, pero ya entonces tenía la costumbre de organizarse, como lo hizo con el “club de amigos en acción”, un grupo de vecinos y vecinas que se reunía en su pueblo para quemar la basura, para limpiar, entre otras actividades. Más tarde se involucró en el movimiento estudiantil del colegio. ¿Quizás esta voluntad y energía para movilizar le viene de su madre? “Me imagino”, admite Donny. Ella se había involucrado en un movimiento campesino, antes de dedicarse a defender los derechos de las mujeres trabajadoras de la maquila.

Fue en 1991, con 16 años, cuando Donny decidió irse de casa, de su pueblo de Choloma, cerca de San Pedro Sula, en el norte de Honduras. “No quería hacerles sentir esta pena [a mis padres]”, confiesa, él que tantas veces había escuchado a su padre decir que “le daría pena tener un hijo homosexual”. Se fue, con la convicción en aquel entonces de “no volver nunca; como que se moría para su familia”. Primero arribó a México y, un año después, a Estados Unidos. En este camino se trataba de sobrevivir como podía. Realizó todo tipo de trabajos. Después de cuatro años en “los Estados”, regresó a su país. No le gustaba, quería continuar estudiando y ser alcalde de su pueblo. La llamada del compromiso…

Pero el destino no lo tenía pensado así, y Donny se quedó en Tegucigalpa, trabajando para una imprenta. Un día, la imprenta estaba realizando materiales para un congreso de organizaciones de la diversidad sexual. Donny no podía quitar los ojos de la agenda, no dejaba de darle vueltas, pero no podía hablar a nadie de su orientación sexual. Aún así, quería saber quién organizaba el evento, así que escondió un paquete antes de hacer la entrega, y más tarde le dijo a su responsable: “Nos hemos olvidado eso, paso por ahí, lo puedo entregar yo”. Y así fue como le invitaron al encuentro, que iba a tener lugar el fin de semana siguiente, donde encontraría al Grupo Prisma y descubriría a la comunidad LGBTI organizada. Donny consiguió hacer contactos y, sobre todo, “encaminarse a quien era”.

Lo que era también incluye ser un miembro de su propia familia, de la cual “uno no se puede desligar”, dice. Así, aunque decidió quedarse en Tegucigalpa, empezó a visitar regularmente a su familia. Todavía no se tocaba el tema. Otra vez fue un evento imprevisto lo que provocó un cambio en la vida de Donny. Era el año 2005, cuando fue invitado a un foro en España sobre el matrimonio entre parejas del mismo sexo. Sin esperarlo, Donny salió en los periódicos hondureños y su familia se enteró.

La familia de Donny, con su madre en primera fila, se involucró inmediatamente en el movimiento. Donny invitó a sus padres y ocho hermanas y hermanos —Donny es el quinto— a talleres de Arcoíris para acercarles al movimiento LGBTI. Ahora, sus padres forman parte de lo que llaman “la red de familiares de diversos”. A lo largo de los años, han construido una relación muy bonita, y recibe gran apoyo de su familia.

Qué importante este apoyo, cuando uno no deja de recibir golpes. ¿El momento más impactante en la historia de Donny? La respuesta estalla: “Cuando fui arrestado”. Fue en 2007; estuvo encerrado ocho horas en una celda. Violentado, abusado, física, sexual y emocionalmente, relata. Ironía de la vida, acababa de trabajar sobre el tema de la vulnerabilidad. Qué vulnerable se siente uno cuando “los que deben brindar seguridad [hacen] más bien todo lo contrario”, confía Donny.

Las ganas de seguir adelante también se reflejan en la trayectoria de Arcoíris. La decisión de ser una de las organizaciones LGBTI pioneras en enfocar su trabajo desde la perspectiva de los derechos humanos, alejándose en cierta manera de la histórica lucha contra el VIH, redujo los fondos de la organización y sus miembros se vieron obligados a apoyarse en otros trabajos. Durante este periodo, lejos de su sueño inicial de ser costurero, y después de haber estudiado trabajo social, Donny laboró como profesor en la escuela secundaria.

Lo que ahora hace feliz a Donny, afirma, es la energía que obtiene de juntarse con otras personas, el reconocimiento por el trabajo cumplido, los 15 años de Arcoíris, sentir que han participado en la creación de un sistema de salud integral para personas LGBTI… “y por estar vivo hasta el día de hoy”.

Con el tiempo, ha aprendido que está en Arcoíris, primero, para escuchar a personas jóvenes rechazadas por sus familias, agredidas física y psicológicamente. Historias similares a las que ha vivido Donny, y que lo mantienen aquí, en este trabajo, al cual se dedica 24/7. A los que no pierden ni una oportunidad de cuestionar el derecho de las personas LGBTI a existir y a estar presentes, contesta: “¡Que se aguanten, aquí estamos!”

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