Muchos saben que Honduras es, según Global Witness1, el país más peligroso del mundo para los defensores del medio ambiente, y así lo reiteró el Relator Especial de la ONU para la situación de los defensores y defensoras, Michel Forst, en su reciente visita al país2, pero la situación se vuelve más grave si la persona defensora es una mujer. En un país donde formas de patriarcado persisten y la desigualdad de género es imperante3, las mujeres defensoras de estos derechos engloban uno de los colectivos con mayor vulnerabilidad.
Rosa Santamaría es defensora del medio ambiente y del acceso a la tierra y el territorio en Honduras, miembro de la Junta Directiva Nacional de la Central Nacional de Trabajadores del Campo (CNTC), mujer rural, campesina y madre soltera de cuatro hijos. Solemos preguntarle que si ha descansado, que cuándo o cómo lo hace, y entonces se ríe tímidamente, mira para otro lado como si no estuviese acostumbrada a responder esa pregunta y explica que ella no descansa, que su único descanso es poder volver a su comunidad —con suerte una vez al mes— y trabajar su parcela “para que se vea linda y no montuda”. Rosa es mujer defensora, y en un país como Honduras no necesita, ni puede, descansar.
En 2013, la empresa para la que trabajaba en Rigores, Trujillo (el lugar en el que también nació y creció) la nominó para asumir un cargo en la CNTC nacional. Desde mucho antes, ella ya estaba involucrada en la lucha por la tierra y el territorio, ya conocía los conflictos de titulación que había en la zona y era consciente del seguimiento que la CNTC estaba dando a esta problemática. Sin embargo, creía que el puesto le venía grande. Se presentó casi obligada: no quería dejar a su familia, partir de su comunidad, asumir esas responsabilidades y ni mucho menos mudarse a Tegucigalpa, una ciudad a unas ocho horas de distancia y que, según ella, le aterraba porque allá “pasan cosas que no pasan en su comunidad”. Sin embargo, el compromiso que tenía con su empresa y con la CNTC, así como la voluntad de querer mejorar las oportunidades de su familia y la situación de las personas que dejaba atrás, le llevaron a aceptar. “Me voy a convertir en una defensora y voy a ser sumamente perseguida, me acabarán matando”, fue lo primero que vino a su cabeza. Hoy, la CNTC, con apoyo de Rosa, lleva cinco años trabajando en el proceso de titulación de las tierras de la comunidad de Rigores y desafiando, según cuentan, la “falta de voluntad del gobierno” para prestar atención a las necesidades de estas familias.
Pero eso no es todo, esta organización campesina de base también da seguimiento a la situación de las personas defensoras judicializadas en conflictos de tierras de casi todas las regiones del país, capacita a jóvenes y se organiza para reivindicar el derecho a la soberanía alimentaria de los recursos naturales. Esas son algunas de un sin fin de actividades que vienen realizando desde hace 34 años y que les han provocado un largo historial de asesinatos, amenazas, persecución y criminalizaciones e incidentes de seguridad. En sus oficinas, siempre nos reciben con los brazos abiertos y con multitud de casos sobre los que incidir, y si encontramos a Rosa, también hablamos de coyuntura, de su visión de “la lucha”, de su preocupación por el resto de compañeros perseguidos. A su parecer, el gran litigio empezó con el cambio de la ley de modernización agrícola y con el supuesto aumento de derechos de los terratenientes. “Si existiera una Ley de Reforma Agraria, los asesinatos y los encarcelamientos acabarían”, afirma. Es entonces cuando ese brillo vuelve a aparecer en su mirada, ese que demuestra que siente lo que cuenta y lo que hace, y entonces añade: “¿Qué hacemos con las esposas de los compañeros a los que se llevan y encarcelan? ¿Qué hacemos con sus familias? Las mujeres del campo son las más perjudicadas por todo esto (…) Ellas no tienen recursos”.
Mujeres rurales, las más afectadas
Teniendo en cuenta la persecución que sufre el sector campesino y los retos de las familias que subsisten solo gracias a sus tierras, frente a los actores de poder económico que quieren explotarlas, es relevante destacar que las más olvidadas son las mujeres. Para Rosa, tanto las mujeres defensoras de la tierra y el territorio como las esposas de los defensores son extremadamente vulnerables. Tienen que enfrentar la lucha lo quieran o no y si su esposo ha sido asesinado o encarcelado, entonces defender solas sus tierras, sus cosechas y su hogar, además de cuidar de sus hijos. Aún con ese brillo en la mirada pero con rostro desesperanzado, Rosa relata que al igual que ella, un gran porcentaje de las mujeres rurales son madres solteras y que casi el 90% de estas no tienen tierras que cosechar4. “Dos millones de mujeres rurales que no tenemos tierra ni mucho menos un crédito. ¿Por qué nos queda seguir luchando entonces? Por nuestro derecho humano al alimento”. Aunque ella, siempre tan humilde, prefiere resaltar más el compromiso con su antigua empresa, esta fue una de las razones principales por las que aceptó involucrarse en la defensa de los derechos humanos: para intentar conseguir mejores condiciones de vida para todas las mujeres que viven en situación de pobreza y de extrema pobreza y para que sus hijos tuviesen más posibilidades de seguir adelante; mujeres con las que creció y que, como ella, sufrieron las consecuencias del gran conflicto de tierra y territorio en Honduras. Pero el precio fue caro. Rosa ya no ve a sus hijos diariamente, ni si quiera semanalmente, sino que “el deber” le llama lejos de ellos, ésta vez en otro continente.
Rosa marchará en septiembre a una gira por varios países de Europa donde será portavoz de toda esta problemática frente a actores clave. Se trata de una gira organizada por PBI, quien estará acompañándola en todo su transcurso, en el marco del 20 Aniversario de la Declaración de los Defensores y Defensoras de los Derechos Humanos5. Y está nerviosa, muy nerviosa. Ella será una de los dos representantes de los defensores de derechos humanos en Honduras que viajarán allá y también de sus muchos compañeros y compañeras de la CNTC, del campesinado y de sus luchas, de las mujeres defensoras y de las mujeres rurales. Pero Rosa es fuerte, de eso no cabe duda, porque al preguntarle cuál es el mensaje que quiere transmitir en Europa, responde decidida: “Un mensaje fuerte. Honduras es como una bomba atómica que va a explotar. Quiero darle cabida a los miles de campesinas y campesinos criminalizados, a los que asesinan y nadie investiga”.
Ella afirma que es una historia “de nunca terminar”. Nos queda la duda de si se arrepiente de salir de su comunidad para formar parte de una lucha más grande y de enfrentar los riesgos inevitables de su trabajo actual, de si volvería a aceptar todo ello si tuviese la oportunidad de volver atrás, y entonces ella —que siempre se ríe nerviosa con estas preguntas— vuelve a demostrar que las defensoras de derechos humanos en Honduras viven de su compromiso: “Sí volvería a hacerlo. Ha sido una enseñanza por escala, pero muy bonita, porque cuando uno se enfrenta y ve lo que sucede a los alrededores a uno de le da coraje (…) Tenemos que seguir adelante (…) y que hablen las que hablan por las que no hablan.”
1Lea el informe completo en: https://www.globalwitness.org/en/campaigns/environmental-activists/honduras-el-pa%C3%ADs-m%C3%A1s-peligroso-del-mundo-para-el-activismo-ambiental/
2Lea la declaración completa en: https://www.ohchr.org/SP/NewsEvents/Pages/DisplayNews.aspx?NewsID=23063&LangIDS
3En Honduras, casi un 40% de las mujeres no tienen ingresos propios. https://oig.cepal.org/en/indicators/people-without-incomes-their-own
4Según el Movimiento de Mujeres por la Paz, Visitación Padilla, en Honduras más del 60% de hogares son sostenidos por madres solteras. https://tiempo.hn/honduras-mas-del-60-hogares-sostenidos-madres-solteras/
5Lea la Declaración completa aquí: https://www.ohchr.org/sp/issues/srhrdefenders/pages/declaration.aspx
Quiero darle cabida a los miles de campesinas y campesinos criminalizados, a los que asesinan y nadie investiga